jueves, febrero 26, 2009

Día 573, jueves

"A mí me encantaba el cine", dijo Willy Pacote. "Iba al cine a cada rato y, cuando me metí de lleno en la revista, mandé a que me instalaran una antena parabólica. Podía pasarme semanas enteras mirando películas en mi casa sin ver a nadie. Nunca fui de ir a fiestas o de salir con chicas". Willy se quedó quieto, mirando el horizonte: era un bello atardecer entre las montañas. El clima andino le había cuarteado la piel y llenado de arrugas. Takeshi, que aún no se acostumbraba a la altura, compartía con él una taza de mate de coca. "Eso era a mediados de los ochentas. Luego no sé lo que pasó. Todo perdió sentido para mí. Ya nada me satisfacía. Como nunca me casé ni tuve hijos, empecé a trabajar sin ningún motivo en concreto. Nada más ganaba dinero como un desgraciado sin saber después qué hacer con él. La revista ya no me dejaba tiempo para ver películas". ¿Por eso fue que viniste a parar aquí?, le preguntó Takeshi. Willy se encogió de hombros. "Dime, ¿nunca has hecho nada de lo que realmente te avergonzaras?". Takeshi, apoyando su codo en la mesa, se tocó la frente y admitió: cuando era chico, me gustaba romper la antena de los carros que veía estacionados en la calle. Willy lanzó una carcajada. "Pero sí que eras un degenerado, muchacho". Tenía muchos problemas emocionales cuando era niño, confesó. Los atardeceres en el campamento de la Asociación eran sumamente tranquilos y apacibles. La vida, en aquel lugar, era lo más parecido a estar en el limbo. Sólo de vez en cuando se veía alguna persona atravezar el campamento con el uniforme blanco de la Asociación. La mejor media hora del día era, sin duda, después de la faena laboral. La gente solía reunirse en sus carpas a conversar, tomar mate o jugar algún juego de mesa. En el campamento estaba prohibido el alcohol. "En serio, Takeshi, ¿nunca has hecho nada realmente malo?". Kusunoki se sintió tremendamente mal por tener que admitir que no, que no le parecía haber hecho nada malo alguna vez. Aunque podría estar equivocado, pensó. Podría estar equivocado, dijo. Tal vez simplemente no lo recuerdo. "No", dijo Pacote, meneando un poco la cabeza. "Esas cosas no se olvidan".

viernes, febrero 20, 2009

Día 566, jueves

El tipo con el que compartía la carpa que le asignaron se llamaba Willy Pacote y era periodista. Al contrario de Takeshi, Pacote era todo un veterano. El joven ya había tenido acceso a algunos de sus textos gracias a un curso que había llevado en la universidad. Por si fuera poco, Willy Pacote también había sido editor de una famosa revista política que era una suerte de paradigma nacional. Pacote, gran escritor de crónicas, era aquello que Takeshi Kusunoki tanto había querido ser y -¡oh, sorpresa!- se encontraba ahí mismo, huyendo de todo aquello que lo vinculara con el periodismo. Las primeras noches, Takeshi solo lo encontraba en su carpa durmiendo panza arriba, con unas gruesas medias de lana puestas. Por entonces, el novato periodista no quería saber nada de aquel tipo. Al caer la tarde, Takeshi podía encontrar a Willy Pacote escondido bajo la sombra de la carpa central, tomando mate de coca de una taza plateada. Fue casualmente una de ésas tardes cuando Willy lo abordó, llamando a Takeshi con el impersonal: "¡Oye tú, chico!". Willy Pacote se presentó a sí mismo por su nombre y Takeshi recién supo de quién eran aquellas medias de lana tan gruesas que estuvo tentado de arrojar al río. ¿Sabes una cosa?, le dijo Kusunoki una noche. Varias de tus crónicas son las responsables de que yo también me haya hecho periodista. Willy Pacote era de ésos tipos que reciben los piropos con excepticismo. "Así que también eres un escritor frustrado", soltó. "Ojalá nuestros egos quepan en esta carpa tan pequeña". Lo digo en serio, insistió Takeshi, ofendido. "Lo sé, lo sé". Willy Pacote escondió un poco la cara y le dio la espalda. "Éso es lo peor de todo", susurró, antes de sumirse en el más completo silencio.

jueves, febrero 19, 2009

Guión efectista

"Ésos monstruos están destruyendo a todos y a todo cuanto queremos
y ustedes sin suéter..."
Marge Simpson

Escena 1
Patético, como una especie de película mal grabada con un montón de silencios. Una película sin argumento que trata de impresionar. Eres como esa película francesa que se llama "Un hombre y una mujer", que no tiene más reparo que presentar a un hombre y una mujer que se conocen. Resulta tonto, porque no hay nada más obvio que un hombre y una mujer que se conocen, como tú o como yo, que interactúan como cualquier persona normal. Una película engañosa y egoísta, una película aburrida, tórrida de romances incestuosos, una novela comercial que se vende como telenovela. Una vida en dibujos animados, una película, una secuela, una resecuela, un refrito. Que se duerme, que maneja, que se duerme dormido, que maneja. Una película de millones de dólares de presupuesto, con actores de primera línea, con el galán español del momento: un antihéroe que es escritor. Una mujer que quiere volar. Una escena sangrienta, otra escena de guerra, un centro comercial que explota, un barco que se hunde. Un virus arrasa con la especie humana. Los muertos regresan de sus tumbas. Jesucristo renace. Todo en la película de millones de dólares que estoy filmando, una metáfora del hombre en la tierra, un juego que se trata de encontrar a Dios. Una comedia existencialista con drama, romance y acción.
Escena 2 (Más tarde, esa misma noche)
Puedes secuestrar mi mente, matar mis palabras y sumirme en la más profunda depresión, puedes ser guionista, productor y director de mi vida, aún teniendo miles de posibilidades te he dejado el control de mi cuerpo, el control de mis manos y el control de mis pensamientos. Ya no escribo más por mí, ahora escribo también por ti. Mis días y mis noches ya no son más mis días y mis noches, son tus episodios y los míos te siguen los pasos. He dejado una mancha de sangre irreparable en el parqué y tú has dejado la misma mancha de sangre irreparable en mis pesadillas. La televisión ha consumido mi cerebro, ha dañado mi psiquis. Ya no actúo más como un homo sapiens. Mi coeficiente intelectual debe ser el de un niño de doce años. Mis actitudes y mi obra han sido comparadas a las de un perro chihuahueño. He visto las películas y he leído los libros y he escuchado la endemoniada música correcta (según mi edad, mi intención de voto y mi status quo). Todo el mundo sabe que el “Especial de Halloween VI” es el mejor capítulo de Los Simpsons.
Escena 3
A ti y a mí sólo nos une la pasión por resolver crímenes, por eso es bueno que al llegar a casa ninguno reciba con aburrimiento la llamada del otro. Amor, están dando la entrega de los Gramys en Sony, qué horror. Y sale Paul McCartney. Felizmente no somos así. Sabes que odio a Paul McCartney. Felizmente sólo nos une la pasión por resolver crímenes y la manía de ver los capítulos repetidos de La familia Ingalls y el Gran Chaparral una y otra vez. Somos como Mulder y Scully, amantes platónicos, precavidos agentes del FBI (claro que nunca verás a Mulder llamando a Scully para contarle de los Gramys). Creo que lo único que realmente quise en mi vida fue ser como Manolito Montoya y salir en la televisión.
Escena 4
Hay un gato muerto en la puerta de mi dormitorio. Hay un gato muerto en la puerta de mi dormitorio y me tropiezo. Me despierto y hay un gato muerto en la puerta de mi dormitorio y me tropiezo. Esta mañana, me desperté, y había un gato muerto en la puerta de mi dormitorio, casi me tropiezo.

miércoles, febrero 18, 2009

Mi amigo Iván nos quiere mucho y siempre nos toma en cuenta

viernes, febrero 13, 2009

Día 559, jueves

El otro día, en la fiesta de tu amiga, aquella chica gringa y tan guapa te miró sonriendo mientras cogía de la base la torta de zanahoria que con tanto esmero le había preparado a la dueña del santo y, con un español impecable, dijo a bocajarro que tu voz, esa misma voz que a mí me hubiera sacado de quicio hace unos pocos años, la podría reconocer entre una multitud de personas, a kilómetros de distancia, perdida en la Cordillera Blanca de los Andes o navegando en medio del río Amazonas. Tu voz. La primera vez que la escuché yo estaba con la oreja pegada en el auricular del teléfono. El sonido de tus cuerdas vocales jugó 100% a favor tuyo. Me pareció perfectamente estar hablando con alguien de mi edad. Por supuesto, el hecho de que me hablaras con tanta soltura y con tanta buena honda tuvo también mucho que ver. Robarte una entrevista era tan fácil como quitarle un dulce a un niño. Luego imaginé tu departamento vacío, con un montón de cuadros a medio pintar regados en el piso y un equipo de música sonando todo el tiempo. De hecho, supuse que te verías como una chica acabadita de salir de Bellas Artes, con muchos vicios y menos ganas de que llegue la cena. Te encontré, en cambio, pegada a la computadora y llevando una vida sedentaria. A la silla donde me senté aquella vez volví muchos meses más tarde. Mi promesa de llevar un vino a tu casa, con claras intensiones de quedarme con algo, la cumplí durante el verano. En ése tiempo ya estabas complicada. En ése tiempo conocí tu cuarto. En ése tiempo me di conque te gustaban las películas de los X-Men. A veces me contabas cómo habías perdido a tu novio y los detalles al respecto me los solías dar con metáforas. La leyenda alrededor de ti te sentó perfecta. Tenías un miedo atroz a quedarte sola. Si hacía alguna estupidez, no dudabas en pegarme. Pasábamos demasiado tiempo en tu cuarto. La televisión siempre estaba apagada.

domingo, febrero 08, 2009

Día 555, domingo

El campamento donde estaba instalada la Asociación se encontraba muy probablemente en una zona escondida de la sierra de la provincia de Lima. Aunque bien podría tratarse de la sierra de Canta o de Huaral. La primera impresión que tuvo Kusunoki al bajarse del camión fue estar parado ante el equipo de rodaje de una película extranjera. En la parte central del campamento estaba levantado un inmenso toldo que se asemejaba a la carpa de un circo. Alrededor, se habían instalado pequeñas carpas, todas iguales: cuneiformes, de rayas azules y blancas. Una vez que los pasajeros del bus se apearon, un sinmúmero de hombres y mujeres de todas las edades los rodearon. Todos estaban vestidos de blanco. En ese preciso instante, la impresión que tenía Kusunoki de todo aquello cambió: ya no se sentía en medio del equipo de rodaje, sino en Gamínedes, la luna más grande de Júpiter. De entre todos ellos, un tipo más bien joven, vistiendo una correa negra de donde colgaba un teléfono celular satelital, se dirigió a ellos. Les dio la bienvenida con las manos pegadas en la espalda. Su nombre era Raily y se presentó a sí mismo como su guía espiritual y material en el fugaz -puso énfasis en aquello de "fugaz"- paso que tendrían en el campamento de la Asociación. Les enseñó las reglas, que estaban talladas en piedra y pegadas a la orrilla de un río que pasaba muy cerca del campamento, calificándolas de "extremadamente simples". La primera regla era, obviamente, nunca salir del campamento. "Si uno ha venido buscando algo, tiene que quedarse hasta encontrarlo", explicó Raily, con un acento que parecía norteño. La segunda consistía en respetar los horarios dispuestos por la Asociación, los mismos que contemplaban ocho horas de trabajo, nueve de sueño y siete de ocio. La tercera tenía que ver con las horas de comida y de aseo personal (incluídas en las horas de ocio, según comentó Raily). La cuarta dictaba: "Se respetará al encargado de velar por el sistema y el orden del campamento de la Asociación como si se tratara del propio Presidente". ¿El Presidente?, preguntó Takeshi Kusunoki. "El Presidente a quien nos referimos aquí en el campamento no es el mismo al que se refieren afuera", explicó Raily. "Se trata del Presidente Gonzalo, el creador del concepto de armonía y nuevo orden mundial que se conoce aquí como la Asociación". Kusunoki quedó patidifuso. ¿En qué mierda se estaba metiendo? La quinta regla resultaba un poco redundante: "Todo lo concerniente al campamento y sus integrantes estará a disposición del Presidente". Según explicó Raily, toda disputa, falta de conducta, robo, maltrato, negligencia o problemas de género, era resuelto según lo dictado por el Presidente. Los casos de mayor envergadura, o aquellos que debían ser tratados con suma delicadeza, eran atendidos por el Presidente personalmente, por lo que muchas veces se debía esperar una semana o dos hasta que él llegara para ser resueltos. ¿No vive acá?, preguntó Takeshi. "No", respondió secamente. "El Presidente vive en la ciudad, es un hombre muy ocupado. No puedo jactarme de ser amigo personal suyo, pero lo conozco. Me tiene mucha confianza. Incluso, en una oportunidad, me invitó a almorzar a su casa. Por lo que pude ver, se pasa el día entero escribiendo y escribiendo. ¡Es un artista! ¡Un iluminado!". Raily se quedó callado un rato, mirando a Takeshi a los ojos, mientras los demás novatos eran conducidos a sus respectivas carpas, las mismas que tendrían que compartir con una persona o más. "Su madre", dijo para concluir Raily, "es una persona encantadora".

miércoles, febrero 04, 2009

Día 551, miércoles

Pudo apartar un poco la vista del trapo sucio que le vendaba los ojos para ver que se habían alejado de la carretera y que bordeaban una trocha junto a un acantilado. Ya habían pasado varias horas de viaje y Takeshi estaba intrigado. El tipo fornido y vestido de negro se percató que estaba fisgoneando, por lo que le quitó la venda y le cubrió la cabeza con una suerte de pasamontañas. No lo golpeó, pero fue bastante tosco al hacerlo y Takeshi notó que le había partido el labio. Los demás pasajeros permanecieron inmóviles. Muchos se quedaron dormidos. Un par de horas después, los obligaron a bajar y a caminar un rato en círculos, para luego depositarlos otra vez en el camión. El resto del viaje, Takeshi se preguntó por su trabajo en la Contra, la forma cómo reaccionarían al darse cuenta de que simplemente no iba a regresar. Seguro ningún medio volvería a contratarlo. Sin embargo, no estaba arrepentido. Ser inútil para algo no significa nada, pensó. Acto seguido, Takeshi quiso pensar en alguien a quien su desaparición le afectara de sobremanera. Pensó en su jefe, el editor de la Contra, pensó en su familia, pensó en algunos amigos que en realidad no eran sus amigos, como el editor de internacionales, pensó en el editorialista dejándose culear por el director del diario. Hasta pensó en Valeria. Y convino que absolutamente nadie lo iba a extrañar en lo absoluto. Se dio cuenta entonces de que todo este tiempo simplemente había sido parte del engranaje encargado de hacer que el sistema funcione. Por eso, en caso de no poder hacer bien su trabajo, en caso de no poder serle útil al diario, simplemente no servía para nada. Súbitamente la camioneta se detuvo y una voz les indicó que ya podían sacarse las vendas de los ojos. Habían llegado.

martes, febrero 03, 2009


lunes, febrero 02, 2009

Día 549, lunes

La primera regla de la Asociación era precisamente nunca hablar de la Asociación. Para entrar ahí, primero tenías que dejarlo todo y guardar en una maleta lo básico: un cepillo de dientes, dos mudas de ropa y una pijama blanca (el color de la pijama, al parecer, era un factor importante en todo este asunto). Después, quienes quisieran entrar en la Asociación tenían que renunciar al trabajo, la religión y la familia. En otras palabras, era como irse a la guerra. Las instrucciones decían que los interesados debían pararse en cierto kilómetro de la carretera central a determinada hora de la madrugada, y esperar a que pasara un camión rojo a recogerlos. El viaje estaba pactado como una travesía sin retorno. De cualquier forma, todos quienes se embarcaban en dicha aventura estaban cansados de la vida cotidiana y de las obligaciones que ésta traía consigo. Por eso, una tarde de enero, Takeshi Kusunoki se inscribió en la lista de interesados y pagó los 200 dólares que costaba la inscripción en el programa. Pasó tres semanas y media sin recibir noticias de la Asociación, hasta que un día llegó a la bandeja de entrada de su correo electrónico las instrucciones de lo que tenía que hacer para llegar. Empacó sus cosas esa misma noche. A las tres de la mañana se encontró a sí mismo en la carretera. Aproximadamente a las cinco llegaron un montón de figuras sombrías. Todos llevaban mochilas parecíadas a las de él. Todos iban a la Asociación. Casi a las seis, un camión rojo pasó por ellos. Nadie había dicho una sola palabra. Nadie había intercambiado experiencias con nadie. Nadie había dicho por qué estaban ahí. El conductor del camión les dijo que iba a ser un viaje largo. "Un viaje largo y sin retorno", les advirtió. Algunos voltearon la mirada al amanecer del verano de Lima. Un tipo vestido de negro los exhortó a vendarse los ojos y subir al camión. Una vez hecho esto, el camión partió pesadamente, llevando consigo a los nuevos integrantes de la Asosiación como ganado a punto de ir al matadero.